Desencadenada

Virtualmente Libre

miércoles, noviembre 22, 2006

A Quien Puedas Interesar


O’ Hare, 09 de Diciembre.

Nunca imaginé que tu deshonestidad nos condujera aquí. Busco la manera de desahogarme y hacerte entender las razones que me motivaron a actuar como lo hice estos últimos meses. Sé que es tarde para excusarme en esta carta que no leerás, pero es mi último intento de poner mi dolor en orden.

Saber que venías de visita me alteró, si bien fui yo quien te lo propuso desde que te noté triste. Nunca pude evitarlo. Sentía ternura por tí y, supongo que ahora lo puedo decir, envidia. No tiene sentido callarme las cosas ya. Cuando dijiste que Félix te había dejado, creí que habías encontrado alguien que te diera algo que aprender. Creo que al principio me alegré y pensé en la posibilidad de que te hubiera dejado por haberte descubierto con cualquier otro. Luego lo pensé mejor porque, desde mi entonces irresuelta bondad, oírte llorar siempre me ha dado ganas de romperte y recomponerte y lo hice, te invité a pasar el mal rato bajo otro clima, y fíjate lo que digo, otro clima, otro ambiente, no otra vida. La vida, la tuya, ésa la tenías que arrastrar hasta el final. ¡Qué final, Claudia.!

Mis hijos se alegraron tanto al enterarse de tu visita que no supe cómo manejar la situación. Marcábamos el conteo regresivo en un calendario: ellos con dibujitos y yo tachaba los días con equis, enormes. Creo que Sebastián sólo preguntó dónde dormirías y cuál habitación ocuparías. Recuerdo la alegría de Carol pensando en tí como la Barbie viajera que la acompañaría en su cuartito de muñecas. Esa tarde bebí cuatro dedos de vodka de mi pocillo de té. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que bebí sola, y fue también a causa tuya. Subí al ático, mientras los niños pegaban globos en el buzón de correos. Se acercaba la noche de brujas y para mí, tu eras la bruja a la que debía hospedar. No me creerías si te digo que pasé del reconcomio a la felicidad en un abrazo. En el momento que te abracé me sentí ridícula e inmadura –como siempre me había sentido a tu lado- y se me olvidaron todos los pensamientos de mi ansiedad. Estabas hermosa y sentir tus huesos filosos contra mi carne me devolvió la ternura que había olvidado. Tus ojos estaban más grandes y azules que antes, no exagero. Tus pómulos más pronunciados que nunca y tu nariz, Claudia, qué nariz tan perfecta tienes. A tu nariz la odié nuevamente.

Se me hacía raro acomodarte en el cuarto de Carol, así como se me hizo incómodo integrarte a nuestra intimidad. Fue el primer día, quizá las primeras horas, pero debes saber que al día siguiente deseaba olvidar mis responsabilidades para que nos sentáramos frente a un pote de mantecado a contarnos nuestras vidas, o a oírte contar la tuya. Nos divertimos, Claudia, al principio fue así, risas, abrazos y recuerdos de las pocas complicidades que nos unían. Me gustaban nuestras conversaciones hasta la madrugada, con el vino barato que traíamos del mercado. Tengo que confesarte ahora que sentí que sacaba provecho de tu compañía, y no me perturbaba. Tu, que siempre le habías ganado a la suerte con escotes y sonrisas, estabas en mi hogar cocinando para nosotros, aspirando nuestras alergias, planchándole los cuellos y puños a Sebastián. Resultaba divertido –lo siento- verte tendiendo la cama de mis hijos, ayudándoles en las tareas y haciéndote fanática de la programación infantil. No sé si disfrutaba la ironía de tu siempre alardeada repelencia por los niños o del placer del tiempo libre que me proporcionabas. Pero mi familia, mi hogar, contigo en él, funcionó mejor que nunca. No quería admitirlo, no quería que Sebastián te mirase como la esposa perfecta que yo no podré ser, o que mis hijos sintieran rabia hacia mí por haber sido yo su madre y no tu. ¡Cuánto te había cambiado la vida, Claudia! Me hubiese gustado presenciar tu adultez y no sólo tu adulterio mientras vivíamos cerca. Parecía mentira que hubieses podido crecer y haberte convertido en lo que se hospedaba en mi casa. Asumo que era envidia de mi parte -nuevamente la envidia- que pretendía que no dejaras de ser nunca la mujer irresponsable que nadie tomaría seriamente. Fue éso lo que me hizo empezar a aborrecerte. Nunca fuimos competencia, luego lo entendí. Yo no estaba en tu liga, tu tenías piernas infinitas, ésa nariz y tu cabello, Claudia, tan lacio y largo que enmarcaba tus formas de mujer desde que eras una niña. ¿Recuerdas cómo odiabas que Tío César te acariciara los muslos? Yo te culpaba por provocadora, por no querer usar pantalones ni para misa los domingos, pero era algo más allá de tu aspecto lo que tentaba, era esa insoportable alegría de ser tu misma la que te ponía en medio de todos y de todo. Yo te veía desde tu sombras, indignada por ser la hermana mayor y la inteligente, pero incapaz de lograr lo que tu obtenías casi sin proponértelo. Yo, con mi cabello reseco y mis ropas grandes, con mis notas sobresalientes y sin un amigo para ir al cine y agarrarme la mano, porque todos mis compañeros querían ser tus enamorados. Eso también, Claudia, me molestaba. No pude continuar disfrutando de tus huevos revueltos en la mañana, como le gustaban a mi esposo. El jugo de naranja de cartón es tan bueno como el que tú preparabas y Sebastián jamás se quejó de mi tocineta, ni de mis macarrones con queso hasta que llegaste tú. Claro que, al principio, la euforia de tu compañía me enfermó a mí también, pero al cabo de unas semanas me curé. -Claudia, ¡qué digo!, quise reconstruir todo desde mis recuerdos y eso hago-. No soporté tu invasión en mi vida. Dejé de creer que viniste aquí queriendo huir de Félix, y no me equivoqué, no huías de él, pero te adueñaste de mi territorio, te hiciste nativa en mi país extranjero, yo, que dejé el nuestro hace años y todavía me pierdo en mis cotidianidades; te preocupaste por las tareas de los niños, por dejarles ganar en el nintendo, por pulirle los zapatos a mi marido y por botar hasta mis medicinas expiradas. ¿Qué pretendías de mí? Claudia, ya no soy la niña insegura de los frenillos y el cutis graso.
Me asqueaba tu manera de querer manipularnos con tu llanto nocturno, buscando la compasión de todos para que te permitiéramos prolongar tu reinado. Yo intuía que tus tímidos escándalos bajo la almohada nada tenían que ver con la ruptura de Félix contigo, por eso jamás te consolé.

Recuerdo un sábado temprano, en el que después de la nevada de la noche, Sebastián y yo salábamos la entrada del garaje y tu te acercaste con la carta a Santa de los niños. Fue entonces, Claudia, cuando el cuadro dejó de ser abstracto para mí. Todavía oigo tus tacones apenas chasqueando sobre el cemento húmedo. Tu insinuación de pasar con nosotros las navidades era más de lo que yo soportaría. Félix estaba claramente superado, en el canal esperaban tu regreso para sacar adelante la producción, tu vida te esperaba y tu empeñada en querer vivir la mía, ¿por qué querer ser la protagonista de una vida tan invernal como la mía? Apareció la imagen, el cuadro perdió la ambigüedad: querías lo único mío que no me habías podido quitar, Sebastián. Él fingió enfadarse con la prolongación de tu estadía, pero yo lo ví voltear el saco de sal vacío sobre la nieve derretida mientras miraba tus caderas alejándose. Imagina Claudia, sé que no puedes, pero esa mañana sentí que derretía la nevada con el infierno que comenzaba a vivir. Juré que no estarías en mi casa para diciembre. Comencé a verte como un ser despiadado a quien no permitiría que arruinara mi vida, poniendo en evidencia mis fallos y destacando con redoble de tambores tus cualidades, no las obvias –que también. Empecé a odiar desde tus chistes oportunos hasta tu tos delicada. Lo sabías, Claudia, yo no soy inteligente para ciertas cosas, soy aplicada y buena en matemáticas, pero eso no me hace más que una profesora.

Me convencí de que cada mirada perdida, cada ropa escogida, cada conversación casual tenía el propósito de invitarlo a adorarte. Procuré bañarme en el menor tiempo posible, hacerte venir conmigo a todas mis salidas, proponerle a Sebastián que retomara sus amistades y sus noches de póker fuera de casa para robarle las oportunidades de que se fijara más en ti. Fue en vano, Claudia, porque te convertiste en nuestro tema de habitación, porque al apagar el televisor y besarme la frente, preguntaba si te habrías acostado y yo lo imaginaba pensándote desnuda en la cama de su hija y me daban náuseas. Me obsesioné con la idea de encontrarlos juntos en el garaje, dentro del carro, en el sótano sobre la lavadora o en el ático entre mis libros. Me levantaba sobresaltada en las noches soñando que te hacía el amor como una bestia, y lo miraba dormir a mi lado y lo detestaba por desearte, iba a verte dormir y odiaba ver despertar tu perfil tan hermoso y decepcionado de encontrarme a mí y no a él en la puerta. Ésa es la verdad, me propuse ser honesta aun cuando tu hayas mentido.

Si te pedí que te fueras de mi casa es porque no estaba dispuesta a seguir este juego tramposo en el que yo salí perdiendo de todas formas y como siempre.

Te fuiste y dejaste a todos llorando tus abrazos interminables tras el humo del escape del taxi, tras tu ausencia, eterna. La llamada de Félix me señala y me culpa. Sólo te pedía honestidad Claudia, que pudieras, por una vez, perder ante mí y decirme que sabías que morirías pronto.

Ahora espero el vuelo que me llevará a despedirme de ti una última vez. Siento que seguirás viviendo para hacerme recordar mis inseguridades y no lo acepto, Claudia. Me desprendo de ellas y de ti dejando esta carta sobre esta mesa con la esperanza de que sigas despertando fantasías en otros, como estoy segura que te habría gustado.

10 Comments:

  • At 11:36 p. m., noviembre 25, 2006, Blogger Decsucesoralesvzla said…

    uy que duro esto.. full intenso, saludos

     
  • At 9:31 p. m., diciembre 10, 2006, Blogger Gloria said…

    Hola Gaby, he leido esto varias veces y cada vez me conmueve mas. Es lo mas sincero que he leido en mucho tiempo y por ende, muy valiente, lleno de coraje. Aun asi puede que no sea tu vivencia pero aun entonces estaria lleno de percepcion de alguna otra persona. Un abrazo.

     
  • At 2:20 p. m., diciembre 13, 2006, Blogger Básico said…

    Dejé pasar mucho tiempo para leer esto, creo que me perdí de unas buenas líneas por largo rato.

    Imaginaicón?, te sobra. Que estés bien.

    Chau.

     
  • At 2:26 p. m., diciembre 13, 2006, Blogger Básico said…

    Dejé pasar mucho tiempo para leer esto, creo que me perdí de unas buenas líneas por largo rato.

    Imaginaicón?, te sobra. Que estés bien.

    Chau.

     
  • At 2:04 p. m., enero 15, 2007, Blogger Licaon said…

    Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.

     
  • At 2:10 a. m., enero 21, 2007, Anonymous Anónimo said…

    Wow, My Friend!!!

    Que bueno!!!!

    Sebastian... Siempre te ha encantado ese nombre.

    Besos,

    Lis

     
  • At 10:06 a. m., marzo 29, 2007, Anonymous Anónimo said…

    acabo de descubrirte ( tu blog) y seguire visitandote si sigues escribiendo asi de bello.
    un saludo

     
  • At 12:46 a. m., abril 03, 2007, Anonymous Anónimo said…

    escribis muy lindo, te felicito.

     
  • At 6:05 p. m., agosto 20, 2007, Blogger José Luis said…

    Hola Gaby!!

    Sabes, me pierdo entre los tres blogss que manejas? porqué hacerlo?

    Eres vituosa en el manejo de la palabra hablada, lo sabes, pero no nos hagas esto!!! escribe, escribe, escribe.

    Buena salud a todos.

     
  • At 6:30 p. m., mayo 10, 2008, Blogger Rubén Darío Carrero said…

    Creo que fue Sabato quien dijo que con la literatura nos quitamos las máscaras. Usted ha podido arrojar sin fin y sin complejos todo lo que le cubre en el rostro. Pero cuesta reconocer su voz, a usted le son utíles las palabras sólo para verse al espejo y no se da cuenta que detrás se repite la misma escena y todos la vemos. Me intesa su Blog

     

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