Conclusion
Los fines de semana yo siempre me despierto igual: sin ganas de hablar, con flojera y con ganas de ver la tele. Es mi mujer la que parece una lotería. Con ella nunca se sabe qué va a pasar, cada vez que abre los ojos me angustia hasta que me saluda, porque usualmente por el tono de voz puedo predecir como será lo que viene. Pero esta mañana fue distinto porque estaba como ida. Era como si no pudiese fijar su mirada en ninguna parte, pero la tenia fija todo el tiempo. Sus ojos me traspasaban y entonces, como me preocupé me puse a sacarle conversaciones de todo y nada, sólo para buscarle reacciones. Y nada. No conseguí nada. Ni en la cama viendo la tele, ni en el baño vistiéndonos, ni en el desayuno. Ella asentaba con su cabeza, y por lo que pude percibir, ella trataba de parecer normal, y sonreía a veces, y su mueca se me hacía tan dolorosa que prefería verla seria, como perdida.
Mientras hacía el intento por leer el periódico, comencé a repasar en mi cabeza el rango de emociones mas comunes en ella. Mi conclusión fue la obvia, la que me enganchó. Es que ella es una mujer tan llena de vida, de alegría, de una euforia contagiosa que se levanta a cualquiera. Ella disfruta hasta del tráfico de esta ciudad. Habla hasta por los codos y canta hasta volvernos a todos locos en la casa. Es tan extrovertida que a veces me apena, pero me gusta; digo, por el contraste conmigo. Tiene sus malos ratos, que aunque no son tan frecuentes, tampoco me sorprenden. Por eso repito, hay que oírle los buenos días para poder apostar. A mí lo que me molesta de ella es que no son las cosas cotidianas, las obvias que a todo el mundo descomponen lo que a ella la altera. Sus depresiones y malhumores son para mí un misterio. Me imagino que ni ella sabrá en realidad a qué se deben. Siempre digo que deben ser cuestiones hormonales, y eso que la menopausia la tiene bien lejos todavía. Esta vez es diferente. Es como aquella vez que fue diferente también, que pasó meses como rara, y se puso tan flaca que me daba miedo hacerle el amor. Esta vez es así, la veo más flaca otra vez.
Fíjate que si no me pongo a pensarlo así no me doy cuenta. Ahora que lo analizo con calma, tiene días actuando extraño y con los pantalones flojos. Por lo menos anoche, yo creía que estábamos disfrutando todos, pero era ella quien disfrutaba más que nadie, que se iba y nos dejaba solos. Estaba como en un mundo de éxtasis personal: lo siento señores, aquí solo disfruto yo. Y no era que estaba triste ni nada, al contrario. Lo que me desconcierta es cómo va de un punto al otro, hasta con gracia, porque anoche no peleó con nadie, no discutió, pero después de su euforia privada le dió como por filosofar y se le notaba melancolía en los ojos. Yo digo que es por la fecha, pero no me termino de convencer. Luego me acuerdo de que puede estar aquejada por algún problema familiar, pero es que tampoco, porque temprano llamaron para decir que la abuela estaba mejorando y que quizás y la sacan de los cuidados intensivos. Y ella, se alegró, pero mientras duraba esa llamada nada más porque al trancar volvió a colgar la mirada en el infinito. Yo no sé qué seria de ella sin su Ávila, porque no tendría para donde ver. Allí está, afuera en la terraza, sentada en el suelo frente al cerro que la obsesiona. Le hablo de lejos: -Mamor, quieres salir a almorzar?- y se encoge de hombros. Y no es que yo tenga ganas; si salimos es para ver si la animo.
Yo ya lo único que creo es que me está motando los cachos con esa montaña.
1 Comments:
At 7:28 a. m., marzo 27, 2006, Anónimo said…
interesante este trabajo en tercera persona. gusta a indio malo, e.
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