Desencadenada

Virtualmente Libre

viernes, mayo 19, 2006

De Viaje


Mis maletas van vacías y tan pesadas que me costará cargarlas conmigo. Están llenas de abrazos a medias, besos desesperados, aguaceros mojándome toda. Momentos cortos, momentos interminables que se repitan tercos en mi memoria. No los quería traer, lo juro. Al momento de empacar anoche, fui especialmente cuidadosa de hacerlos a un lado. Los alejé y los cubrí con una manta blanca, para identificar claramente dónde quedarían, para evitar que se colaran dentro de mis maletas perniciosamente. Me fui a dormir después de haber terminado mis asuntos y desde la cama miré la poltrona y ví la manta que casi brillaba sobre la montaña que cubría. Pronto el sueño me venció, creo que lo último que ví fue aquella poltrona, y ésta mañana me desperté con sobresalto, era tarde ya y había ignorado los gritos del despertador, pero no era eso lo que me alteraba, sino que al abrir los ojos recordé mi tarea de vigilante y comencé a sudar cuando ví la manta desparramada en la poltrona. Se habían escapado. No estaban y sentí cómo mi cuerpo entero se debilitaba. No tenía tiempo de buscarlos, pues como dije era tarde ya, y me quedaban 15 minutos para tomar un baño, vestirme y salir a encontrar el chofer que me esperaría afuera. Mientras me bañaba recorría cada esquina de mi baño con los ojos que todavía me ardían del trasnocho. No vi nada que pudiera indicar qué habría pasado con mis recuerdos, a dónde habrían ido. Me vestí como una excusa para poder buscar entre las sombras de mi clóset, estiré los brazos. Desordené todos los tramos de ropas, miraba el reloj que me agobiaba con su incansable segundero, pero juro que busqué hasta en cada bolsillo de todos los pantalones que encontré. Nada. El clóset no les fue refugio. Podía oír afuera de mi apartamento el ruido del motor del carro que esperaba por mi. Oía el segundero de mi reloj, pero sobre todo oía a mi razón gritar ordenándome que los buscara, que no podían haber ido lejos de mí, porque sin mi presencia se debilitan y habrían terminado muertos no muy lejos, donde ya los habría encontrado. La obedecí, sentí cómo el tiempo, el carro y mi mente me tiranizaban y en lo que acepté como un insignificante acto de rebelión previa a la sumisión a la que más tarde me rendiría, me arranqué el reloj de la muñeca y me acerqué a la ventana, lo aventé con todas la fuerza que mendigué a mi debilidad, deseando estallar con él el vidrio del carro que me agobiaba. La prisa no me permitió esperar a oír el estruendo que causaría mi reloj de pulsera al estrellarse contra lo que yo deseaba fuese el carro. Y busqué, no dejé esquina sin revisar, me arrastré bajo mi cama, moví la televisión y miré detrás, abrí la cortina y me fijé en el quicio de la ventana. Me rendí, el tiempo y el motor ganaron. Bajé corriendo las escaleras, y antes de salir, me aseguré de dar una última mirada a todo el lugar, sabía que allí no habrían podido llegar, pero no podía dejar de intentarlo. Allí me esperaba, inalterado, el carro que pensé me alejaría de mis recuerdos. El chofer no comentó nada sobre mi retraso, después de todo sólo habrán sido escasos 10 minutos. Supongo que mi ropa obviamente impertinente y mi aspecto agotado le habrían intimidado un tanto. Me quedé parada justo fuera del apartamento mientras él se dispuso nervioso a ir por mis maletas. Aproveché esos minutos para entrar y escudriñar la pequeña biblioteca que estaba frente a mí. Busqué en los libros más evidentes, pero pronto llegó Ferias con las maletas y salí al verlo.
-Disculpe la pasadera, no? pero usted como que lleva plomo pa’ ese viaje.
-Qué plomo Ferias!, Si más bien estoy pensando que dejé un montón de cosas por haberlas perdido.
-Bueno, pa’ su suerte, entonces.
Ferias dijo algo que me pareció muy sabio, una carambola de esas que le pasaban con frecuencia. Yo sí quería dejar mis recuerdos en casa, pero quería asegurarme de que estuviesen tan olvidados como fuese posible. No debí dormir, no podía descuidarme. Debí haber predicho algo así y no lo hice. Y la inquietud que me causaba me quemaba por dentro. Extenuada, recosté mi cabeza en el asiento y vi hojas de los árboles mezclarse unas con las otras, y las nubes del cielo pasando de prisa sobre mí. Sudaba y respiraba profundamente. Me sentí abatida y me rendí nuevamente. Cerré mis ojos y traté de dormir, sin éxito. Al poco rato estábamos en el aeropuerto. Ferias se quejaba nuevamente pero me acompañó hasta el momento del chequeo. Bromeó algo con la señorita de la línea aérea y yo no quise ni escuchar. Me abrazó cariñosamente cuando ya estaba por dejarme.
-Que vaya con Dios, y suerte con ese maletín que lleva.
-Ay Ferias, yo pensé que me desearías suerte con mi viaje.
-No seño, con las maletas es que la va a necesitar, cuidado y cargándolas se lastima usted.
-Gracias Ferias, quédate tranquilo.
Mientras se iba alejando, pensé que este era un tipo curioso y divertido a veces. Las ocurrencias de Ferias no las tiene nadie más porque son genuinas, no creo que premedite nada. Es un hombre bueno y llano, y su bondad comienza a evocar recuerdos que no puedo tener. Pero si deben estar muertos ya! Hace un par de horas salí de casa, se quedaron, no los encontré, pero es cierto que no tuve tiempo para buscar toda la casa como una investigadora de crímenes habría hecho. Por qué recuerdo? Por qué no puedo dejar de pensar en todo lo que quise dejar? Cómo es posible que sigan vivos y atormentándome justo ahora que estoy sola, entre tantos desconocidos? A dónde se ha ido Ferias? Quiero regresar. No. Viajo para olvidar, no podría regresar ahora. No queda alternativa. Están. Vinieron. Y por más que busco no logro dar con su guarida. No quería, pero no dejo de recordar su amor, su ternura, sus manos, su olor, y no puedo evitarlo. Canto, hablo sola y trato de entablar conversaciones vacías con los desconocidos que me preceden en la cola de los rayos X. Nada logra espantarlos. Están. Ferias tenía razón, mi equipaje de mano está tan pesado que pido ayuda al hombre que va detrás de mí. Espero mientras mi maletín pasa por la correa para ser examinada en el monitor y veo la cara de la agente que sonríe mirando la pantalla donde se revela el contenido de todos los maletines de todos los pasajeros de su mundo. Aparece mi maleta, y al momento que me dispongo a intentar bajarla, atrapa mi mano
-Tenga cuidado, que se puede lastimar con esa maleta.
-Si, gracias, el señor me va a ayudar…
-Si, mejor que él la ayude, pero créame que esa maleta le va a pesar a usted el resto de su vida.
 

Neko

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