Desencadenada

Virtualmente Libre

sábado, mayo 27, 2006

De Noche


Me tiene impaciente esa tos a lo lejos que no me deja dormir. Me mantiene despierta y trae ideas a la cabeza que preferiría no tener rondando en mi insomnio. Conversaciones, líneas que van y vienen y que penetran, quedan, se apoderan de mi conciencia y me siento esclava de algo que nunca he tenido y que temo nunca tendré. Me hace frágil y vulnerable sentirme atada y pienso que me até yo misma cuando decidí someterme a sus palabras, a sus miradas. Es la tos, no yo, eso me repito. Me perturba, debo calmarla, no sé cómo y me siento impotente. Ya no sólo por la tos, por todos mis pensamientos. Pareciera que no escapa de mi cabeza sus deseos, sus ganas y mi insolencia. Debo descansar, apagar mis obsesiones unas horas y me congela la idea de dormir y soñar. Quisiera tener la habilidad para controlar mi vida, incluso la de algunos lejos o a mi alrededor, y ni siquiera puedo controlar mis sueños y decidir que no me perturben, sólo por esta noche en la que me siento realmente agotada y me beneficiaría mucho de un sueño profundo. No se puede, lo sé, porque mientras más piense que no quiero soñarles, más lo haré. Me ha pasado antes, presumo que esta noche no será diferente. La tos ha cesado y comienzo a dudar que haya sido el motivo por el que me mantenía despierta. Sigo aquí, pensando, queriendo no hacerlo, y reincide la tos, y busco la manera de acallarla, no la puedo curar, pero busco calmarla al menos. Y se me confunde con palabras en el aire, o no sé en dónde precisamente, palabras en mis ojos, voces de mi mente que nunca llegan a mis oídos. Frases imperfectas que llegan a mí a través de mis ojos y que encandilan mi entendimiento. Quisiera darme media vuelta y arroparme este frío con mis sábanas y no puedo hacerlo porque ni siquiera me determino a ir a la cama, estoy lejos de mi refugio y lejos de mi prudencia. Siento que no puedo regresar a lo que fui y que estoy atrapada y condenada a vivir esto que vivimos algunos que nos creemos almas libres pero obramos únicamente para ser prisioneros de nosotros mismos. No creo que sea una predestinada, creo que soy una cobarde que se elaboró su destino de esta forma para no arriesgar sufrimientos, ni conocer glorias. Atravieso la brevedad y a veces la eternidad de los años como si me hubiese anestesiado a la intensidad de las emociones. Y por eso me regocijo en la cotidianidad de un ocaso, en la majestuosidad de una montaña perfecta en imperfecciones, en la pureza de un aire contaminado, en la conciencia de la embriaguez, en la inconciencia de mis cálculos y en la libertad de mis horas de soledad en la cárcel de mi castillo. Es en sus sótano donde me siento libre para sentirme cautiva. Y vivo un mundo de contradicciones que aprendí a sobrellevar y al cual me rebelo con la noche de testigo. Son las noches las culpables, porque siempre buscamos a quien culpar, y la noche y su oscuridad dan cabida a muchas recriminaciones, y las cobijan porque la noche no habla nuestro idioma y nos aprovechamos de nuestra infame ventaja del lenguaje. Y oigo la tos, y la noche la oye, y decido ignorarla esta vez, cuando lo más sabio sería celebrarla y entender que todos tosemos de vez en cuando porque es parte de nuestra naturaleza, pero reniego de ella. De la tos y de mi naturaleza porque soy tan arrogante como para entenderla como una debilidad de los demás, porque escojo creer que mi naturaleza es superior cuando en realidad soy más baja que el que más. Y mi ego, mi cómplice me convence de lo contrario y le agradezco que se lleve la lucidez que me uniforma con el resto. Quiero sobresalir sin toser y a veces lo logro y otras me gana la asfixia.

jueves, mayo 25, 2006

Caminando


Caminaba apresurada, abriéndome paso entre un montón de sombras, cuando sentí que tiraban de mi brazo. Al principio no vi su rostro, sentí su presencia nada más. Me apretó tan fuertemente contra él que me costaba apartar mi cara para poder adivinar su identidad. Separó sus labios y se acercó para darme un beso que no fue tierno ni desesperado, era un beso firme y tirano; tenía un propósito, no sé cuál. Era evidente que él me había visto caminando en la oscuridad y esperaba que me aproximara descuidada para que su lengua me asaltara como lo hacía ahora. Más por instinto que por deseo a despegarme de sus labios, forcejeé sin dejar de besarlo ni un instante. La fuerza de sus brazos en mi espalda cedió un poco y gané espacio. su boca, sin embargo, seguía engullendo la mía. Retraje mi cuello tanto como pude y logré enfocar con un poco más de nitidez al hombre que me arrojó sobre él. Lo identifiqué de inmediato, pues su cara me ha sido familiar por décadas. No podía creer que fuese él. No entendí qué lo habría llevado a actuar de esta manera. Nunca fuimos amantes, ya ni somos amigos, no nos frecuentamos desde hace mucho. Mientras su boca llenaba la mía, mi cabeza se iba llenando de dudas. Pensé que no tenía sentido lo que estaba viviendo, que era imposible habernos encontrado en ése lugar y su violento saludo se me hacía más absurdo a medida que trataba de razonar. Todo esto mientras me besaba y yo le respondía extasiada. No acerté a figurarme nada sensato, lo único que atiné a balbucear, para mi sorpresa, fue la desafortunada incoherencia de rogarle que tuviese cuidado de mancharse con mi pintura de labios. Es que lo recuerdo y no logro comprender cómo aquél era mi único temor en ése momento. Debo haber estado desvariando, felizmente él me ignoró. Espero que no haya oído mis torpezas, que no haya entendido mis palabras dentro de su boca, que sólo hayan resonado sin sentido en su cabeza. Probablemente así ocurrió, porque no reparó en maquillajes y siguió besándome enloquecido. De seguro notó que había logrado separar un poco mi torso del de él porque nuevamente me apretó casi con rabia hacia su cuerpo. Me extrañó cuando después de tenerme así un rato me soltó cerrando su beso con un minucioso roce de sus labios con los míos. No me sentí aliviada, me sentí confundida y deleitada con aquel arrebato inconcebible. Parada frente a él, con mi mirada en su boca le dije antes de marcharme:
-Este debe haber sido el mejor beso de mi vida.
Me alejé caminando despacio, iba sonriendo y temblando. No volteé más.

viernes, mayo 19, 2006

De Viaje


Mis maletas van vacías y tan pesadas que me costará cargarlas conmigo. Están llenas de abrazos a medias, besos desesperados, aguaceros mojándome toda. Momentos cortos, momentos interminables que se repitan tercos en mi memoria. No los quería traer, lo juro. Al momento de empacar anoche, fui especialmente cuidadosa de hacerlos a un lado. Los alejé y los cubrí con una manta blanca, para identificar claramente dónde quedarían, para evitar que se colaran dentro de mis maletas perniciosamente. Me fui a dormir después de haber terminado mis asuntos y desde la cama miré la poltrona y ví la manta que casi brillaba sobre la montaña que cubría. Pronto el sueño me venció, creo que lo último que ví fue aquella poltrona, y ésta mañana me desperté con sobresalto, era tarde ya y había ignorado los gritos del despertador, pero no era eso lo que me alteraba, sino que al abrir los ojos recordé mi tarea de vigilante y comencé a sudar cuando ví la manta desparramada en la poltrona. Se habían escapado. No estaban y sentí cómo mi cuerpo entero se debilitaba. No tenía tiempo de buscarlos, pues como dije era tarde ya, y me quedaban 15 minutos para tomar un baño, vestirme y salir a encontrar el chofer que me esperaría afuera. Mientras me bañaba recorría cada esquina de mi baño con los ojos que todavía me ardían del trasnocho. No vi nada que pudiera indicar qué habría pasado con mis recuerdos, a dónde habrían ido. Me vestí como una excusa para poder buscar entre las sombras de mi clóset, estiré los brazos. Desordené todos los tramos de ropas, miraba el reloj que me agobiaba con su incansable segundero, pero juro que busqué hasta en cada bolsillo de todos los pantalones que encontré. Nada. El clóset no les fue refugio. Podía oír afuera de mi apartamento el ruido del motor del carro que esperaba por mi. Oía el segundero de mi reloj, pero sobre todo oía a mi razón gritar ordenándome que los buscara, que no podían haber ido lejos de mí, porque sin mi presencia se debilitan y habrían terminado muertos no muy lejos, donde ya los habría encontrado. La obedecí, sentí cómo el tiempo, el carro y mi mente me tiranizaban y en lo que acepté como un insignificante acto de rebelión previa a la sumisión a la que más tarde me rendiría, me arranqué el reloj de la muñeca y me acerqué a la ventana, lo aventé con todas la fuerza que mendigué a mi debilidad, deseando estallar con él el vidrio del carro que me agobiaba. La prisa no me permitió esperar a oír el estruendo que causaría mi reloj de pulsera al estrellarse contra lo que yo deseaba fuese el carro. Y busqué, no dejé esquina sin revisar, me arrastré bajo mi cama, moví la televisión y miré detrás, abrí la cortina y me fijé en el quicio de la ventana. Me rendí, el tiempo y el motor ganaron. Bajé corriendo las escaleras, y antes de salir, me aseguré de dar una última mirada a todo el lugar, sabía que allí no habrían podido llegar, pero no podía dejar de intentarlo. Allí me esperaba, inalterado, el carro que pensé me alejaría de mis recuerdos. El chofer no comentó nada sobre mi retraso, después de todo sólo habrán sido escasos 10 minutos. Supongo que mi ropa obviamente impertinente y mi aspecto agotado le habrían intimidado un tanto. Me quedé parada justo fuera del apartamento mientras él se dispuso nervioso a ir por mis maletas. Aproveché esos minutos para entrar y escudriñar la pequeña biblioteca que estaba frente a mí. Busqué en los libros más evidentes, pero pronto llegó Ferias con las maletas y salí al verlo.
-Disculpe la pasadera, no? pero usted como que lleva plomo pa’ ese viaje.
-Qué plomo Ferias!, Si más bien estoy pensando que dejé un montón de cosas por haberlas perdido.
-Bueno, pa’ su suerte, entonces.
Ferias dijo algo que me pareció muy sabio, una carambola de esas que le pasaban con frecuencia. Yo sí quería dejar mis recuerdos en casa, pero quería asegurarme de que estuviesen tan olvidados como fuese posible. No debí dormir, no podía descuidarme. Debí haber predicho algo así y no lo hice. Y la inquietud que me causaba me quemaba por dentro. Extenuada, recosté mi cabeza en el asiento y vi hojas de los árboles mezclarse unas con las otras, y las nubes del cielo pasando de prisa sobre mí. Sudaba y respiraba profundamente. Me sentí abatida y me rendí nuevamente. Cerré mis ojos y traté de dormir, sin éxito. Al poco rato estábamos en el aeropuerto. Ferias se quejaba nuevamente pero me acompañó hasta el momento del chequeo. Bromeó algo con la señorita de la línea aérea y yo no quise ni escuchar. Me abrazó cariñosamente cuando ya estaba por dejarme.
-Que vaya con Dios, y suerte con ese maletín que lleva.
-Ay Ferias, yo pensé que me desearías suerte con mi viaje.
-No seño, con las maletas es que la va a necesitar, cuidado y cargándolas se lastima usted.
-Gracias Ferias, quédate tranquilo.
Mientras se iba alejando, pensé que este era un tipo curioso y divertido a veces. Las ocurrencias de Ferias no las tiene nadie más porque son genuinas, no creo que premedite nada. Es un hombre bueno y llano, y su bondad comienza a evocar recuerdos que no puedo tener. Pero si deben estar muertos ya! Hace un par de horas salí de casa, se quedaron, no los encontré, pero es cierto que no tuve tiempo para buscar toda la casa como una investigadora de crímenes habría hecho. Por qué recuerdo? Por qué no puedo dejar de pensar en todo lo que quise dejar? Cómo es posible que sigan vivos y atormentándome justo ahora que estoy sola, entre tantos desconocidos? A dónde se ha ido Ferias? Quiero regresar. No. Viajo para olvidar, no podría regresar ahora. No queda alternativa. Están. Vinieron. Y por más que busco no logro dar con su guarida. No quería, pero no dejo de recordar su amor, su ternura, sus manos, su olor, y no puedo evitarlo. Canto, hablo sola y trato de entablar conversaciones vacías con los desconocidos que me preceden en la cola de los rayos X. Nada logra espantarlos. Están. Ferias tenía razón, mi equipaje de mano está tan pesado que pido ayuda al hombre que va detrás de mí. Espero mientras mi maletín pasa por la correa para ser examinada en el monitor y veo la cara de la agente que sonríe mirando la pantalla donde se revela el contenido de todos los maletines de todos los pasajeros de su mundo. Aparece mi maleta, y al momento que me dispongo a intentar bajarla, atrapa mi mano
-Tenga cuidado, que se puede lastimar con esa maleta.
-Si, gracias, el señor me va a ayudar…
-Si, mejor que él la ayude, pero créame que esa maleta le va a pesar a usted el resto de su vida.

miércoles, mayo 17, 2006

Bluemoon


Después de casi un año sin hacerlo, esta noche saldré por unos tragos. Ganas no tengo muchas, pero ya no soporto tener a Rafa en mi casa ni un día más. Así que accedí a salir con él y los panas. Estuve un buen rato bañándome y pensando en Sofía, siento que la traiciono si salgo sin ella a divertirme. Sé que todos tienen razón cuando me dicen que ya han sido muchos meses, que me toca rehacer mi vida, que necesito salir y conocer gente nueva, pero la verdad no me siento listo para empezar a salir con otras mujeres, porque sigo amando a Sofía cada segundo de esta miserable existencia. Debe ser que allí está el problema, que le entrego mi vida a quién ya no la tiene, y me siento todo el tiempo con este vacío dentro de mí. Según Rafa, esta mujer es la ideal para llenarme el vacío, claro que él nunca se ha atrevido a decir reemplazar a Sofía, porque sabe que yo le partiría la cara. Se llama Victoria, el nombre es bonito y la foto que me pasó Rafa por mail no está mal. A mí me parece que se ve muy joven para un viudo amargado, así que los planes son unos whiskies, una joda y temprano de vuelta a mi casa.

No me fue tan mal, salimos un rato, y lo predicho, regresé relativamente pronto a mi casa. Fue un alivio que Victoria no haya podido ir porque no me terminaba de sentir cómodo con la idea del cuadre de Rafa. Tampoco fue la novia de Vicente, así que parecíamos un grupo de adultos contemporáneos nostálgicos, sacando los cuentos del colegio y riéndonos de las estupideces que dan risa a los 15 años y patéticamente todavía a los 37. Alejandro se levantó a una mujer y se desapareció toda la noche. Menos mal porque estaba pesado ya con la brindadera por mi primera salida. Me sentí mal cuando llegué a mi casa y la foto de Sofía me agarró pensando qué le habría pasado a Victoria para no haber ido después de tanto interés que Rafa me dijo que tenía. No sé si algún día voy a poder desprenderme de esto que siento por ella. Ni siquiera estoy seguro de porqué no me dejo estar interesado en nadie más si ella misma me pedió tantas veces que rehiciera mi vida después que ella se fuera.

Es jueves y ya Rafa está planificando otra salida para esta noche. Creyó que porque accedí a salir el fin de semana pasado, ahora lo haría todos los fines. Me negué, yo mañana trabajo y no me puedo agarrar la mañana como el vago ése. Mi excusa lo animó a cuadrar algo para mañana viernes, incluso inventó algo de una parrilla en la playa en casa de no sé quién. Le dejé claro que a eso no iba y que en todo caso, me llamara mañana a ver si me decidía a salir otra vez. Cómo si hiciera falta decirle que me llame!

Hoy cuando llamó me puso en una situación muy desagradable, yo estaba enpijamado y bajo mis sábanas viendo el noticiero deportivo, casi dormido cuando me repicó el celular de Alejandro, era Rafa desde su casa y con Victoria al lado. Lo peor fue cuando dijo que no podría darles malas excusas porque me tenían en altavoz y los tres me oían. Quedamos en encontrarnos una hora más tarde en un bar. Admito que me sentí ridículo cuando pensé que en una hora no tendría tiempo de quedar presentable y llegar hasta el local. Qué habrá pensado Victoria? Qué era por ella que quería arreglarme?. Me dio vergüenza que me escucharan decir eso, pero ya lo había dicho. Así que traté de parecer espontáneo en mi aspecto.

Llegué al local un poco más tarde de la hora en la que habíamos acordado. Me quedé sorprendido cuando la vi, creo que lo disimulé bien, pero era mucho más bella que lo que se veía en aquella foto borrosa que había recibido. Me saludó con una sonrisa que no sabría describir si era pícara o angelical, pero me pareció perfecta. Sus ojos azules eran inmensos y su cabello negro enmarcaba un rostro de belleza indefinible. Me hizo un espacio a su lado, y pasamos la noche conversando banalidades que me resultaron agradables en su compañía. Para mi sorpresa, no estuve incómodo como había supuesto. En un momento pensé que tenía esa calidez de pocas personas que nos hace sentir que hemos sido amigos o amantes toda una vida. Rafa pasó la noche dándome patadas por debajo de la mesa, y yo ignorándolo. Parece que le debo un favor después de conocer a Victoria.

Me vine temprano al trabajo y no he podido concentrarme en nada. Anoche me acerqué a parecer un hombre normal mientras estuve en el bar, pero en lo que estaba llegando a mi casa, sentí un vacío terrible. Tenía mucho tiempo que no me sentía tan mal recordando a Sofía. Traté de no pensar mucho, tenía que levantarme temprano para estar aquí hoy, y me quedé dormido hablando con Sofía. Me disculpé, le confesé mi culpa y casi me pareció verla sonriéndome y abrazándome. Debo haber estado soñando ya.

En el almuerzo, Rafa no hizo más que hablarme de Victoria, creo que me inventó un poco de cuentos para que yo me ilusionara: que si en el carro ella no paró de hablarle de mi, que estaba encantada, que nunca había conocido un hombre como yo y eso sí me pareció lógico, no deben haber muchos hombres de mi edad viudos y todavía enamorados. Él repitió mil veces que ésta era la perfecta, la ideal y yo todo este tiempo preguntándome para qué sería Victoria tan perfecta, yo no estoy en condiciones de algo más que no sean unas salidas, unos tragos, algún plan como el de anoche. Según él, ya todo está listo.

Alejandro insistió hasta el cansancio, pero no quise salir. Esta noche hay un buen partido en la tele, y eso es lo que haré. No quiero que esta muchacha se haga ilusiones conmigo, por eso no me pareció buena idea salir hoy otra vez. Veré mi partido tranquilo en compañía de alguna cerveza.

Sólo dos necios como mis amigos se les ocurre aparecerse en el medio tiempo, cargados de alcohol y con la mujer que no me dejaba concentrarme en el futbol. Les tuve que abrir la puerta, porque con el escándalo iban a despertar a todos los vecinos. Me esperaron en la sala mientras me cambié para salir, porque no quise quedarme en casa con la presencia de Sofía en todas partes. Estuvimos en casa de unos conocidos, y después de un rato y sin entender muy bien cómo, estábamos en camino a aquélla casa de la playa de la que Rafa me había hablado. La parrilla era el domingo y nosotros estábamos en camino desde la madrugada. Los borrachos de Rafa y Alejandro se quedaron dormidos en unas hamacas y sólo así dejaron de hablar tonterías. El dueño de la casa jugaba dominó con otros amigos, y Victoria quiso ir a caminar por la playa. No podía negarme, porque deseaba muchísimo estar solo con ella, caminar la arena descalzos juntos y sentir una ansiedad que no he sentido en años. Temí en un momento, porque me dí cuenta que en muchas horas no había pensado en Sofía. Tomó mi mano y continuamos caminando, creo que en silencio casi siempre. Ví la luna frente a nosotros, y en silencio me disculpé nuevamente con Sofía, porque sentí que me estaba enamorando y no quería evitarlo más. No era un reemplazo, era el comienzo de una nueva vida y la aceptación de una muy dolorosa pérdida. A Sofía la había amado intensamente desde el momento que la ví por primera vez, y sentir la piel de Victoria en mis manos me hizo pensar que después de todo, no he cambiado mucho. Sonreí avergonzado, ella no me vio. Los dos mirábamos la luna ya casi oculta frente a nosotros, estaba amaneciendo ya.

jueves, mayo 11, 2006

Elina




De qué sirve estar rodeados de tantas personas, cuando la única compañía que necesitamos no está?


De qué sirve tanto cordura y moderación si lo que hacen es evitarnos los momentos por los que se supone vivimos?







Llueve todavía y la mañana está gris, a pesar de la claridad afuera.
Tengo muchos deseos de que se despeje un poco el cielo y acostarme a
ver las nubes, darles formas insólitas. Es lo que uno hace de niño.
Quizás lo comenté a alguien durante mi niñez, ahora no lo recuerdo
bien. Lo que sí es seguro es que debe haber sido a alguien muy cercano
a mi nada más, porque creo que me avergonzaba un poco de mi diversión
puesto que mi juego era diferente: yo siempre veía la muerte en las
nubes. Era como si ellas reprodujeran el momento en el que algún ser
viviente moría. Veía las escenas perfectamente dibujadas en blanco
sobre el lienzo azul: jóvenes muriendo ahorcados, señoras muriendo en
accidentes terribles, niños ahogados, bebés arrollados, ancianos
consumidos sobre una cama. Me daba tristeza imaginarme el sufrimiento
de esos seres ganados por la muerte, pero no por eso dejaba de jugar.
Podía pasarme horas acostada en el jardín viendo estas fatídicas
imágenes. La grama contra mi piel picaba y raspaba, también me
molestaba el dolor que sentía por lo que creía que representaban las
nubes amorfas, pero no me iba. La paz que se respira cuando uno se
tumba tan insignificante bajo el cielo embriaga. Recuerdo que la
última vez que me atreví a hacerlo fue hace unos ocho años,
probablemente. No había grama esta vez, mucho menos inocencia, y si
estaba embriagada era de tanto ron, pero seguía recreándome con mi
juego lúgubre porque seguía respirando paz y sintiendo dolor.


Ahora miro por la ventana y ha dejado de llover; ya el cielo empieza a
despejarse.
Hoy reconoceré un rostro en una nube.
 

Neko

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